miércoles, febrero 21, 2007

Vicente Mesinas
Silencioso pincel



Hace años, el lapidario de leyenda que era Jorge Cuesta, al referirse a una sinfonía proletaria, dictaminó que para la audición primera de una música cualquier discurso adjunto resulta totalmente inútil. Como que ésta llega al oído sin necesidad de intermediaciones.
Es verdad que el arte contemporáneo, en particular las artes plásticas abstractas, cambiaron radicalmente la visión de los comentaristas. Pero nadie que se precie de asiduo de éstas discute la importancia de la técnica como un dominio previo al que debe asistirse.
Hay obras que se erigen alejadas de discursos, como una conversación entre los materiales y las manos del maestro en el silencio de los talleres.
Así es la obra de algunos pintores cuyo trabajo resultaría ocioso pretender acotar dentro de un mapa. En mi opinión, así es la obra de Vicente Mesinas y el universo que enuncia. Guardando distancia de la bulliciosa oaxaqueñización folclórica que hace del lienzo una superficie altamente rentable, alejado de las corrientes fijas y cómodas, su obra parece seguir los dictados paralelos de lo esplendente y la sombra. El lenguaje de Mesinas se dinamiza entre los ámbitos, inmóvil en la luz pero danzante. Ajeno a las cofradías y a los discursos con que muchos pintores se aprestan a la mampara, sus pinceles hablan con la modestia del entrenamiento asumido en la práctica diaria. No por nada su obra ha sido expuesta en Europa y en Japón, cuya tradición de artes gráficas forma parte de ese universo donde el artista es valorado con una devoción ritual de verdadero maestro.


















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