camino hacia mi casa. los pensamientos se deslizan bajo mis descalzos mientras la calle entona una canción pequeña y curva y empiezo a olvidar si tenía hambre o miedo.
veo al hombre con la mirada puesta en el pecho del muro. una mirada más dolorosa que el antepasado de un relámpago olvidado en un árbol.
Intenté escribir en una esquina el domicilio de la oscuridad que me persigue y supe que el corazón de dios nuevamente se atemorizaba.
Encontré en la calle a esa mujer que se me había escabullido en un sueño. se acercó a mi oreja y me susurró como si fuera tarde: "respira hondo y no hagas caso del muñón que se aproxima". ahora que es tarde y estoy lejos paso las páginas y oigo en ellas a esa mujer que ha extraviado la boca.
estoy perdido en el lenguaje como un insecto prehistórico que escucha, sin entenderla, la palabra extravío en el borde de esa roca asomada al vacío.
no tiene palabras mi soledad para la inescrutable noche. cómo decir "no oigo su voz pero escucho sus pasos alejándose a medida que crece" o "se abrazó a mi costado durante todo el día y al ponerse el sol se retiró para marcharse" o "los que me ven se asombran y preguntan la causa de esta oscuridad sobre mi rostro".
quiere decir con algún gesto, una línea, un golpe, un jirón de ceniza, que abrió los ojos y ha perdido en la persecución unas palabras. pero la enfermedad no es algo novedoso y este lápiz tampoco viajará con él como con el humor de su propietario.
pero a otra hora la negrura lo persigue con su esfinge y busca a tientas por pasadizos y laberintos subterráneos alguna grieta para salir de la cárcel. mas es un parpadeo.
nadie observa. frente a él hay una hoja en blanco como un fantasma en la mitad del bosque. susurran árboles, jardines, suena la conclusa fiesta de este mundo sobre la que pasean las nubes de su respiración. asciende una marea en la caracola zumbante de su cráneo.
anochece. está solo en el cuarto iluminado por una lámpara.
vasto conocimiento y vasta ignorancia;
en la noche de esa mirada, en la ciudad oculta por las uñas de su habitantes.
J.C.B.
La mañana en que lo encontré el mundo parecía aún deshabitado. yo era un sonámbulo que recorría secretamente su lastimadura. no cruzamos palabra en la desnudez del jardín. Como una mancha escurridiza llevé hasta él la impertinencia de mi mano. Sentí su corazón y logré escuchar vagos ladridos desperezándose en la lejanía. dijo algo, pero lo he ido olvidando a medida que el barullo se adentra en la luz de la mañana.
Tal vez mañana amanezca y alguien tome no un arma (no lo he dicho pero ya no hay palabras y estoy solo) sino la pluma para sacar al aire sus entrañas en manojos bajo otra noche, una en que se llega a sentir alegría y solidaridad con los retretes reflejando las constelaciones, donde la transparencia deje desnudo al esqueleto del idioma hasta hacerlo invisible e inseparable del mío.
La aparente nimiedad es el milagro de quien mira: el archipiélago en el muro descarapelado, el laberinto en la memoria del sushi, la humana perfección en la rampa del recogedor de la basura, el flujo de mis latidos que escucho mientras oigo que mi respiración señala una nube en forma de lentísimo conejo.
¿Hacia dónde se dirige lo pensado?, ¿en qué oscuridad se disuelve?, ¿cómo se enfría el pulso de mi sangre? ¿en qué punto de mí se despereza este vacío?