Hay una costumbre de pensar que los refranes son manifestación de la sabiduría popular, y otra de suponer que son anónimos. Hay una más de repetirlos sin detenerse a pensar, porque decirlos refleja esa supuesta sabiduría contenida en la frase hecha. Pero no todos los refranes son sabios ni anónimos, ni repetirlos proyecta indiscutible sabiduría.
En México, el habla es pintoresca, ya sea vista en refrán, cita memorizada o réplica ingeniosa. “Agua que no has de beber, déjala correr”, parece decirnos: déjalo ser. Y “camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”, expresa que hay que estar bien atentos ante todo. Existen dichos supersticiosos: “cuando el tecolote canta, el indio muere”, o aquel de “en martes, ni te cases ni te embarques”, también el breve y popular “toco madera”.
La Biblia es el refranero más grande del mundo, ¿pues que son si no: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, “no sólo de pan vive el hombre”, “el que tenga oídos, que oiga”, “nadie es profeta en su tierra”, “margaritas a los cerdos”, y un largo etcétera?
Y no siempre son anónimos: Maquiavelo formuló el “divide y vencerás”, y Platón citó que Sócrates diría “yo sólo sé que no sé nada”. Napoleón acuñó el popular de “la ropa sucia se lava en casa”, y Apeles es responsable de haber dicho primero “zapatero a tus zapatos”, o algo parecido, porque entonces el calzado era distinto.
Solemos encontrar ejemplos que están lejos de ser sabios; más bien lo contrario: quisiera que alguien me explicara la sabiduría de “entre dos que se quieren, con uno que coma basta”, o la sensatez de “más vale malo por conocido que bueno por conocer”. Digo, ¿dónde está lo razonable de “quien bien te quiere, te hará sufrir” o de “piensa mal y acertarás”?
La literatura también es responsable de dejar huella con frases: La Ilíada, La Odisea y El Quijote son ejemplos interminables de refranes ejemplares e interesantes. Y a los políticos y famosos suele achacárseles, verdadera o falsamente, con fortuna o sin ella, alguna cita memorable: Álvaro Obregón con su “nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos”; Porfirio Díaz diciendo “mátalos en caliente”; Guillermo Prieto en sus memorias, tembloroso pero salvando la vida de Juárez con “los valientes no asesinan”; o el mismo Juárez citando su ejemplar “...el respeto al derecho ajeno es la paz”. Churchill y su multicitado: “sangre, sudor y lágrimas”, o Pilatos con su “yo, me lavo las manos.”
Un libro muy popular que nos puede servir para documentar algunas de estas referencias y que reúne refranes, dichos, piropos, albures e infinidad de expresiones propias de nuestro lenguaje común y cotidiano, se llama Picardía Mexicana, de la editorial Diana (creo) y el autor es Armando Jiménez. También podemos encontrar estas referencias en El lenguaje se divierte, librito de Carmen Galindo, publicado en la serie económica de ¿Ya Leissste?
Volvamos al refranero. Hay verdaderos ejemplos de inteligencia en los refranes, cuando quien los pone en su boca, los transforma y renueva con verdadero talento: “al mal paso, darle... Gerber”; “al que madruga, Dios... lo mira sorprendido”; “árbol que nace torcido... sirve para columpio”; “crea fama y échate... a correr”; “cría cuervos y... tendrás cuervitos”. Pero, a mi juicio, ningún refrán reúne tal sabiduría como el que le quita a cualquiera la posibilidad del triunfo si ríe después de que todos ya lo han hecho previamente. Y es que nadie discutiría la verdad y lo obvio que hay en el hecho de que solamente no ríe mejor, sino “el que ríe al último, no entendió el chiste.”