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Una fundación ejemplar
Hace calor, tenía sed y me compré un refresco. Con excepción de las noches para el baile, soy de los que desoyen fácilmente la disciplina del ejercicio. Me reconforta haber adquirido una bebida que aliviará mi sed sin acentuar las gastritis ni propiciar algún tipo de diabetes, como ese espantoso refresco que sirve para lavar el excusado y circula por el mundo cual si fuera motor de la alegría o piedra angular de la familia. En eso del consumo no hay mayor empresa que vender lo inútil. De pronto me pregunto ante el envase: ¿Puede algo como una bebida de fruta natural embotellada ser un vínculo entre la sociedad y el arte?
La respuesta a esta pregunta comenzó hace 23 años, con la lucha en una empresa refresquera: Pascual, donde, en medio de algunas complicaciones laborales, los trabajadores tuvieron la iniciativa solidaria de constituirse, finalmente, en 1991, en la Sociedad Cooperativa Trabajadores de Pascual, S. C. L. En este tránsito recibieron apoyo de la sociedad civil, así como de intelectuales y artistas. El veredicto de las leyes falló en favor de los trabajadores sobre las autoridades de Pascual y, claro, podían ahora explotar las regalías recibidas en especie de la marca Boing. Había que iniciar la producción.
Corría el año 1985 y la Cooperativa tomó la determinación de recabar fondos vendiendo las obras donadas por cientos de artistas agrupados, la mayoría de ellos, en el Salón de la Plástica Mexicana. El acervo de obras nació en 1981, por medio del apoyo determinante de Ingrid Coester, Raquel Tibol y Mario Orozco. Gracias al apoyo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se evitó la venta, dejando así a los miembros de la Sociedad Cooperativa en calidad de custodios de este legado artístico.
Ahora, parte de esta colección está en la ciudad de Oaxaca. Integrada con obra gráfica y pictórica de creadores de la talla de Vlady, Alberto y Francisco Castro Leñero, Fernando Vilchis, Manuel Felguérez, Arnoldo Cuen, Leticia Tarrago y Vicente Rojo, entre otros, se puede visitar esta exposición de 29 obras de un acervo de más de mil, que se exhiben en las tres salas de la Galería Rufino Tamayo de la Casa de la Cultura Oaxaqueña (exconvento de los Siete Príncipes, Colón esquina con González Ortega 403). Las obras presentan un panorama de la creación plástica mexicana mediante diversas técnicas que van de la litografía al acrílico y de la xilografía al óleo o el grabado en metal y la serigrafía o la impresión en fotomimeógrafo. Arte mexicano del siglo XX es el título de esta muestra itinerante que estará abierta al público hasta febrero de 2006. Algo digno de verse.
Habrá que considerar que el arte nunca debe ser tomado como accesorio, y habrá que ver que hay un refresco en México capaz de dar una respuesta y tender un puente. Rafael Barajas ha dicho que tomarse un Boing equivale a ejercer un acto de justicia social, y hasta política. Tal vez. Ya no tengo sed. Me voy alegremente a pie.~
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Celebración: la Luna en su mayoría de edad
Los números representan una inagotable fuente de pretextos. En México las personas alcanzan la mayoría de edad a los 18 años, más temprana que la de algunos países desarrollados donde los ciudadanos cifran esa esperanza al cumplir los 21. Los números 3, 7 y 13, por ejemplo, son la clave para disquisiciones que van de la supuesta perfección del triángulo a las mesas en torno de la cábala o de cualquier ridiculez donde abundan los peligros explicados a que llevan actos como derramar la sal, cruzarse con un gato o pasar debajo de una escalera. Para la propiciación de la “buena suerte” o la “fortuna”, sin embargo, hay quien se anticipa de modo más civilizado: quien no salda sus deudas pone el seguro a la puerta de su coche, o evita pasarse los semáforos en rojo, costumbre no muy buena para la salud. Los escritores, por ejemplo, que no se abandonan a los designios de la Señora Inspiración, se ejercitan en la devota faena de leer, leer y seguir leyendo, tanto como en ser los primeros y más despiadados críticos de sí mismos. Y son pocos.
Recientemente se organizó en Oaxaca un acto literario donde se presentó un logro en cuya buena suerte no hay absolutamente nada de chiripa y sí muchísimo de dedicación escrupulosa. La noche del viernes 23 de diciembre, los poetas Alonso Aguilar Orihuela y Guadalupe Ángela, comentaron el reciente número de la revista literaria que apareció en el panorama oaxaqueño, por vez primera, en noviembre de 1998. El acto se celebró en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO), a la hora en que yo salía apresuradamente del trabajo para presenciarlo. La puntualidad de los organizadores me lo impidió. No escuché la intervención de los dos poetas, pero imagino que describieron, salvo algunas excepciones, el casi desolador panorama de nuestras letras, cuando no raquítico, bien abundante en pretensiones y poses y ladridos y arrogancias.
Más criticadas y desdeñadas que celebradas y reconocidas, las publicaciones literarias que logran sobrevivir a su tercer número (la cifra triangular) o a su primer año (el mito del retorno) no necesitan convocar afinidades ni enemigos. Llegan gratis. Se comienzan a percibir entonces las voces a favor y en contra. La revista de que hablo se llama Luna Zeta, y ahora mismo recuerdo, sin evitar una sonrisa, que ha sido tildada de “sectaria” (en su tiempo calificaron de indecente y pornográfica a la revista Examen, de Jorge Cuesta) por esas dizque agudas “plumas fuente que —dice en su ensayo Carlos Antonio de la Sierra— no matarían a un recién nacido salvo en una traqueotomía”. Bien mirado, no hay nada negativo en el asunto. Peter Sloterdijk ha sostenido agudamente que el humanismo es una “sociedad literaria”, una suerte “de secta o club, el sueño de fatal solidaridad de aquellos que han sido elegidos para poder leer”. Sí, y pensar, y escribir. Vaya suerte de sectario que también me toca.
Cualquiera podría imaginar, al verla, que Luna Zeta otorga un pago generoso a los que en ella aparecen. Si así fuera, algunas colaboraciones serían impagables y la revista menos que insostenible. Si sobrevive es gracias a la meritoria beca que se ha ganado más de un par de veces y a la generosidad de los amigos que confían en ella: poetas, ensayistas, editores, fotógrafos, diseñadores, músicos, escultores, pintores, creadores que ceden obra a cada nuevo número y lo alumbran. Escribo lo anterior confiando en que este homenaje no sea confundido con una reseña. Por ello no abundaré en pormenorizaciones descriptivas. El lector atento tampoco las necesitará en una revista de factura tan clara. Tal vez bastará decir que Luna Zeta aborda con pertinencia y equilibrio las mejores fortunas de la literatura que se hace en México, así como de la fotografía y las artes plásticas, gráficas y visuales. También aborda el sostenido diálogo con creadores de otras latitudes.
Mencioné que los números representan una inagotable fuente de pretextos. La noche del 23 de diciembre fueron más que una clave. No hace falta abundar en las implicaciones de la numerología hermética que han desvelado a generaciones y, en nuestra época, han consumido las vigilias de los incautos; pero algo augura este reciente número que tiene en su portada al único Santo (hay que agradecer a Demián Flores) que llegó a ser el de mi devoción. ¿Es la voz secreta del enmascarado o la de Cioran la que pronuncia esa frase sobre el heroísmo como la resistencia a la santidad? Gran verdad: las capacidades de la invención y de la memoria esbozan a veces un asombroso guiño simultáneo. La literatura. Hoy, en el cabalístico año 7 de su nacimiento, en su pulcro diseño, en su continuo ejercicio por seguirse mostrando “al descubierto frente al otro y oponerse a la docilidad y a la estulticia”, como alguien escribió en sus páginas, Luna Zeta toma de nuevo la palabra y cumple la mayoría de edad a los 21 números, y lo celebro con la fiesta secreta que inaugura el abrazo de su lectura.~