Señora presidenta del club de un solo miembro
El poeta acaba de hacer una llamada. Antes de que lograra despedirse, el teléfono celular se encargó de recordarle su miseria. Había regresado de un encuentro con muchos rostros extraños frente a un auditorio anestesiado en el bochorno. El poeta, y los que estaban con él, verificaron, en carne propia y ropa nada ajena, las proclamas del calor en una tierra donde abundan zanates, armadillos, alcaravanes y mujeres con huipil y enagua. Algunas de esas mujeres mitológicas han sido fotografiadas con iguanas en la cabeza. El poeta buscaba un monitor, desesperado en la alta noche, después de escuchar la voz en el teléfono. Halló algo y se sentó ante las teclas y escribió a una muchacha sobre el hecho de haber realizado una llamada. Escribió a la mujer de la voz al otro lado de su íntima miseria. Había vuelto, lo he dicho, de buscar su rostro entre las caras del auditorio anestesiado. La recordó con su huipil azul y con su falda-enagua blanca, fotografiando mujeres que no llevaban iguanas en la cabeza. El poeta borró los indicios de una bitácora en la red a propósito de algún asunto importante qu etenía que eliminarse. No quiere, no quisiera, que la mujer de la voz sufriera algún sofoco al verse descubierta en la piratería después de acometer en la alta noche barricadas e impenetrables sueños.
El poeta aún invoca a la mujer mientras escribe pensando que se le suben a la cabeza corazones de iguanas en la alta madrugada de un sueño impenetrable tras cruzar la barricada en la hora donde escribe ante las teclas que ya es hora de irse. Sabe que alguna vez darán las once. Abraza a la muchacha de la voz allende su miseria. Agradece la confianza. Repite en silencio la voz de la muchacha.
El poeta se levanta para seguir con la jornada mientras sueña en la alta madrugada que volverá a escuchar la voz de la muchacha.
PS: Desde el umbral del sueño el poeta le desea lo mejor a la muchacha. También le recuerda que la quiere.