domingo, agosto 27, 2006

DE CHARROS Y ÓSCARES

Una de charros
Me alegró que llamaras, hablar contigo por teléfono. La certidumbre, el logro del invento, nunca están realmente en el invento, sino en lo humano que el invento invoca. Debo decir me alegró escuchar tu voz, escucharte.
Cuando colgamos tras platicar, te imaginaba en esa funeraria, cargando cosas, tablones, extensiones y bases telescópicas para ataúdes, con ruedas; floreros, cirios, objetos mortecinos. Chale, hasta me llegaba un olor a muerto, un olor extraño y divertido, a veces, claro. Otras a hipocresía, a escenario lleno de polvo, a llanto fingido de los deudos que no asoma ni en las peores películas mexicanas. De ésas donde sale tu novio, mi exídolo, Valentín Trujillo, que en paz descanse, por cierto. Pinche Valentín Trujillo, ayer que encendí la tele estaba ahí, joven y guapo, bailando con una muchacha, muy joven y más guapa, los dos con ropa blanca, como del Oeste, un Western mexicano. La escena del baile transcurría en el interior de la sala de una como hacienda. A través de una celosía de madera se veía una muchacha, que estaba con su padre, observando el baile con mariachis y todo. Ella decía, bastante resentida, que “el más apuesto de toda la fiesta es el joven Rafael (o algo así se llamaba Trujillo en la película)”. “Sí —decía su papá—, creo que hace bonita pareja con (aquí dijo el nombre de la personaja que estaba bailando con el joven Rafael, o como se llamara)”. La cámara hizo un close up desde las celosías hasta la pareja que bailaba, como simulando la paseante mirada de la muchacha resentida que no quería creer que “otra” bailaba con su platónico príncipe, y pronunció una frase sentenciosa: “Ella no es mujer para el joven Rafael”. La cámara entonces enfocó al joven Rafael y a su pareja bailando abrazados: se decían cosas como “qué guapo te ves”, “no tan hermosa como tú”, miradas y esas cosas que hacen en las películas los que se quieren. En eso, desde la misma toma se vio aparecer un intruso, personaje antagonista de la película de tu ídolo protagonista, claro. Venía con una ropa color café de antagonista, con botas café de antagonista y bigote de antagonista y todo un antagonistamiento. Hubo una toma que peinó los rostros temerosos de los invitados, que olieron la camorra en el aire con la llegada del tipo. Una de las tomas se centró en otro hombre, muy mayor, de bigote y pelo cano. Parecía que había llegado el chamuco a poner el desorden. Yo dije, puta, se van a pelear, y ya valió madres la película. Y el actor café en cuestión era Jorge Luke, quien por cierto es karateca. Pero no, era un güey acá, un malo educado, y saludó al joven Rafa y a su chava con cordialidad irónica. A unos cuantos metros una mujer, más elegante que madura (encarnada por Ana Luisa Peluffo), observaba la escena, pendiente de los gestos del charro café, asediándolo visualmente, echándole el lente, pues. El charro café siguió con su rollo bien acá, como para asombrar con su determinación a la guapa: “Ya ven, no me invitaron, pero aun así vine hasta aquí para desearles lo mejor…” Valentín Trujillo se veía pálido, pero no era por miedo, es su color original de todo charro de sombra. Estaba joven. Aquí, en la tensión de las miradas entre Rafael y el charro café, y ya a un segundo de la bronca, entró en escena el viejo de las canas para romper el hielo y la violencia que zumbaba, y dirigiéndose al charro café, le dijo: “Qué bueno que llegaste, muchacho, es un gusto verte, vamos a divertirnos, para eso es la pachanga… y ¡que siga la fiesta!” Hago una pausa. Es que me acordé de las Cuachis y su fiesta de XV años donde pasaron “de niña a mujer”. Por cierto, ¿qué estarán haciendo las Cuachis? Decía que el viejo interrumpió para apaciguar el asunto. A su orden, los mariachis tocaron, pero ya estaba escrito que aquella noche (¿era de día?) la cosa no quedaría así. El charro café se dirigió a la guapa extendiendo la palma de la mano y le dijo “¿Me permites esta pieza?”. Y ella, bien lista “Gracias, vengo con Rafael”. Jorge Luke, como buen charro café ni se indignó pero se dio la media vuelta con su carota y fue a servirse una copa. Yo, que a veces puedo descifrar los silencios bajo bigotes peliculescos, juro que dijo “puta madre”, pero de seguro el director se opondría a mi lectura argumentando que no venía en el guión. Al dirigirse al pasillo el charro café se cruzó, como sin querer, con la Peluffo. Y ella, en un tono como vampiresco del Oeste le dijo “Vaya, cuánto hace que no te veía, cada día te ves más apuesto”. Y el charro café: “Y usted cada día está más hermosa y elegante”. “No me hables de usted, dime Fulana”, “Está bien Fulana, como tú quieras”, “Tal parece que eres el único que se da cuenta”. Luego, el charro café le sirvió una copa a Fulana y se la acercó para brindar diciendo, como buen charro antagonista: “Será porque los demás están ciegos”. Órale dije, qué rollo. Ésta no la he visto. Entonces llegó un comercial y le cambié de canal. Iba a acomodarme en la hamaca para mejor cuando mi papá me dijo que me preparara, porque íbamos a ir por algo que había encargado y necesitaba acompañarlo.

El Oscar de las funerarias
¿Crees que en las funerarias haya gente que no pueda llorar? ¿O que haya gente que llore sin querer? Creo que hay mucha gente, digo, que llora y podría ganar el Óscar de las funerarias. Y de los entierros, y de las relaciones en general. Cuando murió mi abuelo Félix, el papá de mi mamá, creí, más bien estaba seguro, de que no lloraría, luego asistí a mi derrumbamiento al verlo en el ataúd muerto, muertito. Los recuerdos se agolparon sobre mi corazón de doce años en la catarata indefinible de un instante que te contaré un día de éstos. Mi otro abuelo, Rodolfo, padre de mi papá, murió poco después. Ahí mi llanto fue más de solidaridad con los que lloraban, y siempre se mantuvo controlable y mesurado. Creo que era porque no los recuerdos, sino los instantes recordables y entrañables de verdad, fueron muy pocos con él. Siempre estuvo alejado de nosotros. De visitarlo perdura la memoria del río del pueblo donde tenía su casa, su voz de jefe autoritario entre el ejército de grillos y luciérnagas bajo la noche estrellada. Anoche no hubo cielo estrellado en este pueblo de noches estrelladas. No hay esmog ni luces altas en el cielo juchiteco. Ni las luces, que la primera vez vislumbré como platillos voladores, de los reflectores de las ventas nocturnas de Fábricas de Francia. Llovió. Hoy por la mañana me despertó el barullo del “adiós mundo cruel” de los pollos. Esta noche saldré de Juchitán en el instante en que seguramente estarás ayudando a poner barricadas en tu colonia, y alguna amiga se sueñe la hija de puta que concedió una entrevista donde discutió feroz y felizmente sobre el erotismo con su amigo que ama el chicharrón y el buen caldo de panza. Para ti dejo la certidumbre funeraria de esta noche de muertos que ilumina nuestra dicha de vivos, y mi abrazo más grande.~

No hay comentarios.: