miércoles, septiembre 06, 2006

MIÉRCOLES

Es miércoles. Anoche, después de que nos vimos, me asomé por el IAGO y entré a la sesión del taller donde estarían, como te dije, amigos con los que conversaría hasta tarde.
Se supone que vería a Rowena, que generosa nos comparte sus zozobras y asombros; a Yendi, que alumbra un poco nuestra parda ausencia; a Charly, quien aligera la gravedad de los asuntos con una broma que se prolonga toda la noche; a Chito, cuya perspicacia ayuda a mirar pensando y frunciendo el ceño; a Guadalupe Ángela, amiga, poeta, ciclista y madre de una niña de batería inacabable; a Efraín, que para criticar se pinta como en sus juegos escriturales; a Araceli, a quien, recuerdo bien, no le quitaba los ojos de encima hace diez años ignorando que escribía; a Mario, gañán de mi mejor amiga y cómplice de muchas páginas; a Omar, que me invitó a participar en la familia del IAGO de la que soy parte; a Patricia, quien hace días regresó de un viaje, tan doctorada como llena de perplejidades; a Ernesto, que modera el taller y concilia y propicia la amistad en el aire que se respira.
Durante nuestro encuentro tuve que contarle a Ernesto lo de Leonardo, el caso de éste contra A. B. El exhibicionismo lamentable de su “inteligencia errabunda” y la incontinencia de su lengua, infinitamente más veloz que su cerebro chisporroteante.
Hablamos de poesía, de las pasiones críticas que se quedaron a dormir en el patio esa noche. Luego nos fuimos a un bar a platicar del mundo, sobre una mesa incapaz de contener el mundo. A las doce de la noche salimos del lugar con dos cervezas encima, alegres de haber ganado un día más a la muerte.
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