Un 19 de noviembre de no importa qué año nacieron Calvin Klein y Jodie Foster, fecha en que Franz Schubert murió, a causa de la sífilis, sin conocer a Beethoven. En 2006 y el mismo día, en la ciudad de Oaxaca hubo casting masivo de actores sin ruido alguno. ¿Para qué el escándalo? La película convocante se llama igual que una obra musical de Nine Rain: Mexico Woke Up (Despertó México) y los productores requirieron 3896 extras ataviados de policías federales preventivos, 2127 vestidos de plantonistas y 1245 como ordinarios civiles. También una mujer disfrazada de Nuestra Señora de las Barricadas, esa deidad a quien cierto pueblo del sureste ya rinde sus exvotos y oraciones, acompañada por un perro xoloitzcuintle.
Suele uno ignorar las situaciones que propicia, los escenarios en que actúa a propósito o involuntariamente. Oaxaca es un enorme laboratorio en que se gesta esta película de actores que ignoran el destino final de sus dramatizaciones. Los uniformados llegaron puntuales y se colocaron en torno de la Alameda: hicieron como que cortejaron a las muchachas que los seguían con ojos soñados, actuaron como negociando sus cortejos mediante forcejeos entre rubores efímeros, simularon conversaciones por teléfono con familiares a quienes les explicaban sobre la comodidad del sueldo seguro, la gastronomía descubierta en sus incursiones al mercado, las artesanías que demostrarían su hallazgo del arte de otro pueblo tan pobre como el que una vez conocieron. Su actuación de extras fue mejor que la de Judie Foster en El silencio de los inocentes.
También los civiles hicieron su parte de histriones: señalando con dedo acusador la presencia de los uniformados grises, lamentando la indisposición del paisaje pleno, recordando —algunos— su obligado papel de estadística en marchas irrenunciables con consignas de serigrafía pacífica en la camiseta nueva, sus lamentos por la pérdida del empleo y de los sentidos comunes, solicitando la carta en la oferta del menú del día, imaginando la flojera de contar a los 1243 restantes en su equipo de extras.
En el extremo norte del andador turístico las carpas estaban listas antes de lo previsto por la producción en los puestos de video recién grabado puesto para la venta, la fila esperanzada en el plato solidario, en el hospital hospitalario, en el pueblo popular, en la autoridad autoritaria, en los derechos humanos como una comisión decorativa dispuesta a emitir recomendaciones. También los plantonistas acomedidos para su actuación dirigida.
Cerca de ahí, la Señora de las Barricadas preparaba su incursión en el paseo. Un perro xoloitzcuintle entrenado (ha participado en un par de producciones más, en Perú y Ecuador) aguardaba bajo el frío. Los fantasmas de Calvin Klein y Franz Schubert aplaudiendo celebrantes el peregrinaje de la Dama. El primero, envidiando los cortes y las visitas furtivas del sastre que recogió de las cenizas los muelles de colchones y los tirabuzones de alambre vueltos miriñaque sobre un refajo envidiablemente blanco para la tarde; tratando de escrutar el secreto zurcido ahulado de las cámaras de llanta sobre la misteriosa aparición morena: señora imperturbable con un sostén negrísimo bajo el frío; el del caucho insufrible. Por su parte, el austriaco que nunca terminó su última sinfonía seguramente se preguntaba qué clase de música es Mexico Woke Up; ¿Recordaría también a su admirado autor de la Sinfonía Heróica?, ¿pensaría que tenían algo que ver con Napoleón los militares grises apostados en la plaza principal de Oaxaca?, ¿sabría que ellos asumirían su actuación en la película? ¿y qué diablos hacen aquí Klein y Schubert como pretexto?
La cosa es que los muertos deben dejarse en paz. Los vivos, mientras todo sucede, deben seguir en su película. El arte es una maravilla. La señora barricada se veía como la única verdadera en ese teatro del absurdo donde nadie conoce al director de la historia. Yo todavía no sé cómo felicitar a los actores de ese domingo. El arte es otra forma de mirar el mundo y una máscara. La película a la que todos asistimos ese día es una confirmación de las palabras de Rimbaud: la vida es una farsa que se desenvuelve con la actuación de todos.~
Suele uno ignorar las situaciones que propicia, los escenarios en que actúa a propósito o involuntariamente. Oaxaca es un enorme laboratorio en que se gesta esta película de actores que ignoran el destino final de sus dramatizaciones. Los uniformados llegaron puntuales y se colocaron en torno de la Alameda: hicieron como que cortejaron a las muchachas que los seguían con ojos soñados, actuaron como negociando sus cortejos mediante forcejeos entre rubores efímeros, simularon conversaciones por teléfono con familiares a quienes les explicaban sobre la comodidad del sueldo seguro, la gastronomía descubierta en sus incursiones al mercado, las artesanías que demostrarían su hallazgo del arte de otro pueblo tan pobre como el que una vez conocieron. Su actuación de extras fue mejor que la de Judie Foster en El silencio de los inocentes.
También los civiles hicieron su parte de histriones: señalando con dedo acusador la presencia de los uniformados grises, lamentando la indisposición del paisaje pleno, recordando —algunos— su obligado papel de estadística en marchas irrenunciables con consignas de serigrafía pacífica en la camiseta nueva, sus lamentos por la pérdida del empleo y de los sentidos comunes, solicitando la carta en la oferta del menú del día, imaginando la flojera de contar a los 1243 restantes en su equipo de extras.
En el extremo norte del andador turístico las carpas estaban listas antes de lo previsto por la producción en los puestos de video recién grabado puesto para la venta, la fila esperanzada en el plato solidario, en el hospital hospitalario, en el pueblo popular, en la autoridad autoritaria, en los derechos humanos como una comisión decorativa dispuesta a emitir recomendaciones. También los plantonistas acomedidos para su actuación dirigida.
Cerca de ahí, la Señora de las Barricadas preparaba su incursión en el paseo. Un perro xoloitzcuintle entrenado (ha participado en un par de producciones más, en Perú y Ecuador) aguardaba bajo el frío. Los fantasmas de Calvin Klein y Franz Schubert aplaudiendo celebrantes el peregrinaje de la Dama. El primero, envidiando los cortes y las visitas furtivas del sastre que recogió de las cenizas los muelles de colchones y los tirabuzones de alambre vueltos miriñaque sobre un refajo envidiablemente blanco para la tarde; tratando de escrutar el secreto zurcido ahulado de las cámaras de llanta sobre la misteriosa aparición morena: señora imperturbable con un sostén negrísimo bajo el frío; el del caucho insufrible. Por su parte, el austriaco que nunca terminó su última sinfonía seguramente se preguntaba qué clase de música es Mexico Woke Up; ¿Recordaría también a su admirado autor de la Sinfonía Heróica?, ¿pensaría que tenían algo que ver con Napoleón los militares grises apostados en la plaza principal de Oaxaca?, ¿sabría que ellos asumirían su actuación en la película? ¿y qué diablos hacen aquí Klein y Schubert como pretexto?
La cosa es que los muertos deben dejarse en paz. Los vivos, mientras todo sucede, deben seguir en su película. El arte es una maravilla. La señora barricada se veía como la única verdadera en ese teatro del absurdo donde nadie conoce al director de la historia. Yo todavía no sé cómo felicitar a los actores de ese domingo. El arte es otra forma de mirar el mundo y una máscara. La película a la que todos asistimos ese día es una confirmación de las palabras de Rimbaud: la vida es una farsa que se desenvuelve con la actuación de todos.~