jueves, noviembre 01, 2007

TODAVÍA

Su voz en el teléfono suena como una pequeña fiesta. Me recordó un panteón de anoche, asediado por veladoritas y cantos confusos que sólo tenían sentido sobre su tumba correspondiente y su gente particular. Nosotros, los que caminamos dando tumbos entre las tumbas, me dije, somos una interferencia, una suerte de testigos anómalos que creen poder verlo y registrarlo todo con sus camaritas. Y me recordó la fiesta del panteón de mi pueblo, donde a los muertos se les celebra no en noviembre primero sino el miércoles santo y el domingo de ramos, que es como se llaman precisamente los panteones de mi pueblo. Pero en mi pueblo hay igual ese barullo al que asistimos anoche entre rezos y flores seguidos por la luna que no quiso salir plenamente como si sintiera vergüenza o pena de nosotros, como si nos espiara sigilosa entre lo gris recortado de las nubes. Me gustó la noche en el panteón. A nadie le parece ese espacio un bonito lugar para pensar en un recorrido. La cosa es que uno recuerda con quién caminó y las voces que oía, las risas. En mi teléfono mortal, que un día enterraré, todavía tengo guardada una voz, la de la noche entre los muertos y la de la tarde entre algunos que hablaban a lo lejos. Todavía.