Estuve en Juchitán 36 horas. Vi a mis padres 36 minutos. Llegamos a Santiago Lachivisa en la Tsubame de Tzinnia: ella, Jesús y yo, dos técnicos y su invitado, asistimos a la celebración de la Unión de Campesinos Indígenas de la Región del Istmo, UCIRI. Por caminos de terracería el coche parecía venido de un rally. Ahí no llega la señal de los celulares ni hay Internet de alta velocidad. Para revisar el correo hay que tener paciencia y corazón de santo. Seguramente mientras yo miraba a las mujeres bailando con su traje lavado por el aire de la montaña tú hacías repicar el tenedor sobre un plato, cuando la música de la banda comenzaba otra pieza en el pueblo polvoriento que mis huaraches nuevos besaban como riéndose tú tocabas de nuevo el piso limpio con tus zapatos. Miré a los niños de la comunidad jugar en la cancha convertida en pista de baile y vi a lo lejos en la falda de la loma unas aulas que se volvieron el comedor de turnos con su buffete de ollas y sartenes entre pilas de tortillas y de totopos y pencas de plátano como postre verdadero. A lo lejos la música seguía sonando y comenzaba el concurso de baile regional. Tal vez tú escuchabas una música y pensabas en algo como el misterio o en el color de los vestidos o en la belleza invisible de la luna. Soplaba el aire. El frío se abrazaba con el polvo en la montaña y comenzaban a verse las primeras estrellas y yo pensé en ti, pero no sólo en ese momento. También lo hice cuando veía las altas tolvas de café con sus grandes embudos de maquinaria manejable por una sola persona, y te pensé al mirar los invernaderos y ver el espacio entre sacos de henequén llenos de café, de café oro y tostado, con el aroma de una tarde antigua, muy tibia. Mientras la voz del guía contaba los prodigios y las técnicas de envasado, venías a mi mente y escuchaba tu risa clarísima y miraba el enigma de tus ojos mirándome. La voz del guía continuaba hablando y tú yo hacíamos el amor entre costales y junto a las tolvas y nos olíamos en la vecindad de los costales que nos picaban un poco y nos daban risa. Setíamos el calor de nuestras respiraciones en esa nave tibia llena y aromada. Luego pensé en ti otra vez durante el viaje mientras caía la noche. Y pensé en ti cuando abría el portón de mi casa, a la misma hora en que entramos furtivamente la primera vez, que era la segunda. Y el aire era el mismo que en el pueblo se repiraba. Y venías igual a mi mente. Entonces me di cuenta que al olor a café me perseguía, pero el tuyo siempre se adelantaba como todos los días se adelanta, aunque no haya montañas ni bodegas ni polvo ni fiesta ni aire bajo la noche.
lunes, octubre 29, 2007
DEL CAFÉ Y LA NOCHE
Estuve en Juchitán 36 horas. Vi a mis padres 36 minutos. Llegamos a Santiago Lachivisa en la Tsubame de Tzinnia: ella, Jesús y yo, dos técnicos y su invitado, asistimos a la celebración de la Unión de Campesinos Indígenas de la Región del Istmo, UCIRI. Por caminos de terracería el coche parecía venido de un rally. Ahí no llega la señal de los celulares ni hay Internet de alta velocidad. Para revisar el correo hay que tener paciencia y corazón de santo. Seguramente mientras yo miraba a las mujeres bailando con su traje lavado por el aire de la montaña tú hacías repicar el tenedor sobre un plato, cuando la música de la banda comenzaba otra pieza en el pueblo polvoriento que mis huaraches nuevos besaban como riéndose tú tocabas de nuevo el piso limpio con tus zapatos. Miré a los niños de la comunidad jugar en la cancha convertida en pista de baile y vi a lo lejos en la falda de la loma unas aulas que se volvieron el comedor de turnos con su buffete de ollas y sartenes entre pilas de tortillas y de totopos y pencas de plátano como postre verdadero. A lo lejos la música seguía sonando y comenzaba el concurso de baile regional. Tal vez tú escuchabas una música y pensabas en algo como el misterio o en el color de los vestidos o en la belleza invisible de la luna. Soplaba el aire. El frío se abrazaba con el polvo en la montaña y comenzaban a verse las primeras estrellas y yo pensé en ti, pero no sólo en ese momento. También lo hice cuando veía las altas tolvas de café con sus grandes embudos de maquinaria manejable por una sola persona, y te pensé al mirar los invernaderos y ver el espacio entre sacos de henequén llenos de café, de café oro y tostado, con el aroma de una tarde antigua, muy tibia. Mientras la voz del guía contaba los prodigios y las técnicas de envasado, venías a mi mente y escuchaba tu risa clarísima y miraba el enigma de tus ojos mirándome. La voz del guía continuaba hablando y tú yo hacíamos el amor entre costales y junto a las tolvas y nos olíamos en la vecindad de los costales que nos picaban un poco y nos daban risa. Setíamos el calor de nuestras respiraciones en esa nave tibia llena y aromada. Luego pensé en ti otra vez durante el viaje mientras caía la noche. Y pensé en ti cuando abría el portón de mi casa, a la misma hora en que entramos furtivamente la primera vez, que era la segunda. Y el aire era el mismo que en el pueblo se repiraba. Y venías igual a mi mente. Entonces me di cuenta que al olor a café me perseguía, pero el tuyo siempre se adelantaba como todos los días se adelanta, aunque no haya montañas ni bodegas ni polvo ni fiesta ni aire bajo la noche.
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