De Tales de Mileto, primer observador de los fenómenos del universo cuya historia envuelta en la leyenda lo dibuja cayendo al fondo de un pozo por mirar distraído el cielo nocturno, hasta los miembros de la organización europea para la investigación nuclear que imperiosos en sus pesquisas emprenden experimentos para desentrañar los secretos del cosmos en las nubes, la observación del cielo ha representado una tarea proverbial, ociosa, filosófica, científica y poética en la que el ser humano se sumerge y se erige al mismo tiempo.
Un cielo radiante de amenazas y en exilio debe a Ezequiel su libro bíblico devastador. Galileo, cientos de años después, anota sus observaciones del cielo en su Sidereus Nuncius, primer tratado de la historia, hijo del telescopio. El mismo cielo cuya negrura influyó en los temores nocturnos de Pascal.

Al otro lado del espíritu el firmamento tiene a sus creadores, los que lo enuncian verbalizándolo y los que lo reinventan en imágenes: el cielo que se tiene prometido a santa Teresa en sus exaltaciones, el Temblor de cielo que faculta a Huidobro para el delirio cuando los exploradores silenciosos levantan la cabeza y la aventura se desnuda, el Nocturno de Brooklin Bridge en el que Lorca vislumbra que no duerme nadie por el cielo, nadie. En el orden de la obra pictórica hay señales numinosas en los paisajes románticos y desolados de Caspar David Friedrich, en los estudios como bosquejos eruditos del observador Goethe, en los cielos cual incendios y semejantes a presagios de William Turner, en los nubarrones impresionistas de Alfred Sisley y en el paisaje de su contemporáneo mayor Paul Cézanne, que gestaba una parte de la Historia del arte desde su taciturna poesía de caballete. Si los pintores europeos enuncian un fragmento del arte necesario, también podemos acudir a los emisarios que en nuestro país retrataron el poderío de las nubes y el paisaje: Eugenio Landesio, Joaquín Clausell, Gerardo Murillo ―conocido como Dr. Atl― son algunos nombres que estas líneas no pretenden agotar como si nuestra historia del arte los omitiera, hasta la pintura de José María Velasco, cuya síntesis inusitada de realismo e invocación abrevó en estudios de botánica y de zoología.
Tal vez de vuelta a este lugar y de pie en el ahora nos preguntemos qué artistas recorren los cielos de Oaxaca. No los encontraremos en el misterio indescifrable de la llamada escuela oaxaqueña ni en las artes gráficas, ni en las paredes pobladas de grafitis ni ocupando las numerosas galerías, y continuemos nuestro andar por las calles y los mercados, únicamente pensando en el quehacer diario y muy pocas veces nos deleitamos de lo que nos rodea con solo dirigir la mirada un poco más a lo alto, como dice en su tesis la autora que nos ocupa. Algo se gesta, sin embargo, en los estudios a tinta de Raúl Herrera, hermanos de paisajes orientales sobre papel; cierta pulsión de la mejor escuela inglesa decimonónica que recorre los pinceles de Aceves Humana cuando dibuja el cielo del valle oaxaqueño, o los atisbos donde el celaje es más bien un ente secundario o una coartada para los cuadros de Israel Nazario que anhelan el primer plano.

Todos los días ignoramos lo que tenemos enfrente o bajo nuestros pies y nos pasamos la vida anhelando lo ajeno: el clima, un objeto, el paisaje, hasta que alguien nos dice, como sacudiéndonos: mira, esto es de gran valor y es único, y sólo entonces podemos aprender a mirarlo en su medida. Esto lo sabe Daniela Porras al explorar el tema del cielo en la pintura, y con su trabajo documenta y muestra una síntesis de técnicas para la representación del cielo como invitación a contemplar de otro modo un paisaje que por eternamente posible desoímos a diario. Tal vez no nos hemos dado cuenta que el firmamento es un asunto perfectamente serio.
Si no fuera suficiente desde la perspectiva del arte y de los mitos históricos y del origen, pareciera que el cielo está condenado a padecer también los vaticinios que sus observadores modernos más tenaces garrapatean en asuntos meteorológicos. Pese a todo lo que se le inflinge, el cielo perdura en su vocación poética y de presagio. Lo percibamos o no, el firmamento acontece sobre nuestras cabezas pleno de significado. Y sigue dando de qué hablar hoy que desciende en los lienzos y en las preocupaciones del artista que lo toma como materia de instrucción y crecimiento y se arriesga a compartirnos su versión de este pequeño universo que los poetas y los santos han imaginado y que ahora, en esta suerte de iniciación que vale la pena seguir de cerca, tenemos todos la oportunidad de ver.~