lunes, octubre 13, 2003

EL ARTE DE RECORDAR LA AMNESIA

Por Luis Manuel Amador
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Samuel Pérez García, ANTES DEL OLVIDO, crónica para que un día nos acordemos, Editorial Temoayán / Casa de la Cultura de Acayucan, Coatzacoalcos, Ver., 1999, 117 págs.
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“Que nadie piense, imagine o sonsaque. Esta no es la memoria del autor, ni sus pretextos ocultos” escribe como advertencia Samuel Pérez García en Antes del olvido, crónica para que un día nos acordemos, libro que para él es otra manera de “contar las mañanas después de lo acontecido.” El título invita a que la vida vuelva antes de olvidarla. Pero su lectura parece contradecir esa advertencia preliminar con que el autor declara no revelar nada de sus “pretextos ocultos” ni su memoria como escritura.
Conforman el libro varias crónicas: del monólogo interno, pasando por la carta informal y el panfleto, la prosa poética y la entrevista, hasta la aparente confesión inconclusa que desata lo evocado con visos de ensayo y entrevista. El autor intercala, a manera de puente, poemas para transparentar las consecuencias o anticipaciones de lo contado.
Las ciento diecisiete páginas de Antes del olvido destilan la misma contradicción y falta de unidad de los tres capítulos en que se divide; construyen una entidad heterogénea con deplorables caídas y alturas deslumbrantes donde, si hay justificación a este hecho, se centra en su semejanza con la misma vida. La dedicatoria lo demuestra entrecruzando, simultáneamente, pasión y desapego, recordación y amnesia. El hilo conductor es la naturaleza humana, con sus triunfos y desgarramientos: en ello consiste su importancia. Y es que, pese a cualquier evidente descuido lingüístico o de sintaxis, tiene el indudable valor que revela haber sido gestado con esa pasión sólo reconocible en quien asume la escritura afrontando el riesgo de ponerlo todo en juego.
El autor concede la misma importancia a la filosofía que a un domingo de abril por la mañana, a un eclipse que a la poesía. Construye juegos verbales que se aprehenden en la primera juventud como vicio y código: “Acuérdate machín ... En esa onda fue cuando conociste a la Yerenia, la güerita esa que te dio fajín en un dancing.” Nos revela su experiencia del amor como diluvio, lo que cuestan los insomnios, lo que es capaz de hacer un corazón amarrado a su única esperanza, aquello que un suicidio puede desatar como visión. Y grita a voz en cuello contra toda injusticia, transformando ese grito en una carta para Marcos. Su escritura es conducto para avistar los avatares de cualquier hombre, los pormenores de un poeta.
El libro es desigual, sufre arritmias: lo mismo son lapsus: “Era la una de la tarde, pero la luz era de una coloración imprecisa, ni amarilla ni blanca, tampoco grisácea” que eufonías dignas de releerse: “Me gustaría inventar otra manera de quererla. No ser el mismo hombre ... No el poeta que aprendió a mirar en ella la ternura más vasta, inalcanzable. No el mismo olvido ni la apretada soledad de la sombra.”
Y contra toda advertencia, escribe su confesión en el epílogo: “Cuando eso pasó estaba en lo alto y tenía el bolsillo lleno de utopía. Razón por la que quise construir la gloria con las manos de hombres como yo sobre la tierra.”
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