sábado, septiembre 09, 2006

HAY LEÑA QUE ARDE

Víctor Armando Cruz Chávez
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Un pensamiento angustiado por su falta de razón se vuelve dogmatismo.
Luis Cardoza y Aragón
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Hay leña que arde en la ciudad de Oaxaca. Al dar las once de la noche, a las luces profusas del alumbrado se unen otras luminarias: las de cientos de fogatas atizadas por el magisterio y la APPO en la mayoría de las colonias y barrios. Inquietante ha de resultar la contemplación de la ciudad nocturna desde el mirador del cerro del Fortín: el humo negro de las llantas destilándose en la negrura y difuminándose como un fanal de advertencia ante cualquier ciudadano neutral que, por alguna razón, atraviesa un punto de la ciudad a altas horas de la noche.
Para colocar barricadas se han elegido vías estratégicas, conexiones vitales a los cuatro puntos cardinales. Se apilan obstáculos con piedras, fierros viejos, bultos de arena y trozos de árboles derribados a machetazos. Las piras, constantemente alimentadas, alumbran hasta el alba los rostros de los vigías. Ante cualquier presunta amenaza estos centinelas lanzan cohetones para alertar a sus cofrades desperdigados en toda la ciudad. Es presumible que haya supervisores que, de zona en zona, verifiquen que todas las barricadas estén instaladas con puntualidad. El argumento es impedir el paso a los eventuales patrullajes de la policía o a las acciones de represión de la misma. Pero el tránsito parece estar vedado a todo aquel que no pertenezca al movimiento. Todos son enemigos en potencia. Hay interrogatorios, se exigen identificaciones. De ahí que uno u otro conductor imparcial no haya podido llegar a su casa debido a la obstrucción de las calles. Me pregunto qué sucederá cuando un padre de familia requiera, en la madrugada, un medicamento urgente porque su hijo se ha enfermado de manera intempestiva. ¿Logrará llegar a una farmacia? ¿Le cobrarán ciento cincuenta pesos para poder pasar la barricada? Y es poco probable, además, que en estas condiciones haya farmacias abiertas. Queda, entonces, prohibido enfermarse a deshoras.
Hablo de un movimiento social cuya sinceridad y argumentos de ninguna manera aminoran lo cuestionable de sus métodos, sobre todo cuando el directo perjudicado es el ciudadano común: el estudiante en primer término, el peatón convencional, el pequeño empresario, el artesano, etc. Pero también pienso en el taxista, el mesero, el músico, la cocinera, la afanadora, el barman, el parrillero, el panadero: trabajadores cuyas labores transcurren generalmente en los periodos nocturnos y cuyas economías han colapsado en una ciudad que se desmorona, ante el ahorcamiento que ha significado esta ya larga movilización de un sector de la sociedad oaxaqueña.
Todo aquel que pretenda asumir una actitud razonable frente a estos hechos no podrá apasionarse ante una u otra de las posturas que pugnan en este escenario político. El excesivo apasionamiento embota la mirada y deriva en las peores decisiones. Aunque es innegable que todo esto es una madeja de consecuencias. El gobierno de Ulises Ruiz debió meditar más hondamente sobre sus atribuciones y sobre las consecuencias de sus actos. La aplicación de medidas extremas hacia los plantones desencadenó la catástrofe. Se le otorgaron los elementos idóneos al movimiento para que fermentara en una apabullante radicalización.
No puedo dejar aquí de hacer un paréntesis: aún así es imposible negar la sagacidad del magisterio y de la APPO para revertir los señalamientos de la Procuraduría de Justicia del Estado: hay sugestivos carteles que pueblan los muros y postes de la ciudad. Es sutil la imagen de Benito Juárez portando una boina de guerrillero.
Por otro lado, es indignante el enriquecimiento desmedido de algunos ex gobernantes; patética su ambición por mantenerse entre los hilos del poder para encubrir sus depredaciones. El cansancio y el hartazgo de una sociedad defraudada requieren de una mínima mecha para trastocarse en llama beligerante y arrasadora.
Es claro que nadie resucitará a los caídos de este movimiento, ni nadie atenuará el dolor de las muertes, pero también es clara la pregunta: ¿quién resarcirá, por poner sólo dos ejemplos, a la clínica Santa María —que no la debía— los innumerables daños a su infraestructura, las vejaciones físicas y morales a sus propietarios, médicos y pacientes por parte de la APPO y el magisterio cuando en sus proximidades, durante un marcha, fue muerto un manifestante por presuntos francotiradores? ¿Quién subsanará la atrofiada economía de los miles de oaxaqueños afectados por los más de tres meses de acciones? Es probable que el magisterio obtenga en los plazos pertinentes su rezonificación, pero insisto, ¿habrá alguien que devuelva a los sectores de la población no involucrados en el movimiento, pero afectados por el mismo, todo lo perdido en este lapso de disputas?
Si eventualmente Ulises Ruiz dimite ante el empuje del magisterio y la APPO, y si la tan referida rezonificación deviene en un hecho palpable y feliz para el gremio de profesores, entonces los padres de familia, la comunidad entera tendremos argumentos más que suficientes para exigir con firmeza que los gobiernos federal y estatal, junto al magisterio oaxaqueño, después de haber puesto de cabeza a esta entidad —todos en su ambigua obstinación—, contribuyan honesta, digna e íntegramente a sacar a Oaxaca del lamentable último sitio que, en el rubro educativo, ocupa a nivel nacional. Sin olvidar que también tendremos el derecho de demandarles que se disculpen ante el pueblo oaxaqueño por todo este tiempo de zozobra, inseguridad pública y escarnios en todos los órdenes.
Hay leña que arde, y a la noche negra se une el humo también negro de las llantas y hogueras donde se queman las esperanzas de padres y madres en franco desastre económico. Hay quienes exigimos nos sean devueltos los elementos sociales necesarios para aportar nuestras capacidades productivas a Oaxaca, se lo decimos por igual a todos los actores del conflicto. Hay quienes queremos una reconciliación con nuestra ciudad, una nueva oportunidad para poder caminar serenamente por los sitios que significan algo para cada quien, sin la abrumadora inquietud de verse asediado por la intransigencia de un camión atravesado o una barricada nocturna. Hay quienes queremos abrirnos al optimismo, a la concordia y rozar las amables nervaduras de la certidumbre. ¡Ya!
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Oaxaca de Juárez, 9 de septiembre de 2006
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1 comentario:

vv dijo...

Me da gusto encontrar un texto de Víctor Armando. Hace más de tres años que no le veo. Si tú tienes su correo o alguna forma de contactarlo, házmelo saber.

victorvorrath@gmail.com

Gracias

Víctor Vorrath