jueves, noviembre 22, 2007



ANOTACIONES SOBRE UN PEREGRINO

Breve bitácora de Guillermo Rito

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Luis Manuel Amador



En la isla de Halldór Laxness

Imaginemos un mexicano al que le cueste conciliar el sueño y que se levante antes de lo previsto en una isla remota de trescientos mil habitantes donde el invierno, con dos horas de luz, dura sólo dos meses, amodorra y echa a perder el ritmo de los más tenaces. Intentemos pensar en un artista que nació cerca del mar, en un pueblo distinto al de la isla remota, uno donde en lugar del blanco del helado paisaje se miran todos los días las bofetadas del sol sobre las paredes, donde en vez de resguardarse en su cabaña con chimenea la gente acude a la plaza para gritar las jornadas con su voz de mercado y muchedumbre. Los habitantes de esta isla, dice Guillermo Rito, y la realidad lo verifica, suelen conducir autos extranjeros, vestir con prendas fabricadas en otros países, consumir alimentos venidos de otras latitudes y hasta emprender expediciones a los países tropicales no pocas veces en busca de un hogar más cálido o de un destino con vislumbres maritales.

Cuenta Ida Vitale que en una visita a Islandia pueden verse en los caminos «postes indicadores hechos de madera recogida del mar, como en la Edad Media. Unos hablan de bosques talados por los noruegos en aquella época, otros dicen que nunca hubo bosques y que la madera siempre debió ser traída de otras tierras». Si las tapias del camino y sus nomenclaturas restauran con su aparente ficción la historia secreta de un paisaje, o acometen la invención de su propia historia, no deja de ser interesante esta incursión aparentemente ficticia de la memoria. Pero no es asunto del artista en cuestión ni de su obra la estratagema que lo cobija como visitante de la isla para ser testigo de semejantes avatares en la naturaleza de una isla de hielo.

Guillermo Rito, visitante y huésped lo mismo de Nueva York que de una Islandia con antepasados vikingos, se pasea con el ojo atento del nacido en un cromático pueblo del Istmo de Tehuantepec, San Blas Atempa, antecedido en esa helada de rascacielos por incursiones neoyorquinas y glaciares previos. Hace trece años, en 1994, llegó a fuerza de su trabajo artístico, para ser asediado por los edificios por culpa de una beca de The Art Student League of New York. Ahí, donde tiene su estudio-taller en la 91 Street, conoció al grupo de artistas que lo invitó a la isla remota. Rito es una especie de espíritu aventurero por lejanas tierras a fuerza de ser un peregrino en su pueblo. Si hace algunos años galerías como la ya inexistente Azomalli o la sala de exposiciones de la Casa de la Cultura de Juchitán le abrieron las puertas, no fue sólo por su carácter de “emergente”. Y es que hay manifiesta en la obra de Rito un ansia vital, una devoción oleosa con el peso de la determinación que no reclama el empaste sino el gesto. No la figuración memoriosa de la silueta sino una nostalgia del timbre, del estruendo emparentado con la potencia del golpe del más colorido Rothko. Los islandeses son celosos de sus artífices, de sus artistas y de su carpinteros, por decir algo en principio fundamental, los habitantes de ese país con pocos días soleados y menos campos verdes saben, pese a esta buena reputación de la que gozan sus hacedores en casa, que el prestigio y las remuneraciones no se obtienen mediante los pinceles sobre el lienzo, sino ejerciendo actividades como la pesca y la ingeniería naval o la carpintería.

Pero Guillermo Rito no entró a la isla abordando un barco cuyo destino ignorara. En la mochila sus credenciales incluían además estudios en la Escuela de Bellas Artes de Oaxaca y su mención honorífica de The Art Student League en Nueva York; el Jean Gates Work-Study Award y la beca de The Robert Blackburn Foundation, la presencia de su obra en Jackson Heights, Caffe la Pace, Hayato Gallery, de Nueva York, entre otras transparencias como autorretrato del artista seriamente empecinado.


Acerca de una heterodoxia

¿En qué consiste la heterodoxia o veracidad de Rito dentro del arte oaxaqueño? No me refiero a sus residencias artísticas obtenidas con lujo de fuerza en sus lienzos. Considero que la virtud central de su trabajo no viene de sus pinceles o herramientas en esa búsqueda del prodigio como filigrana rentable, de esa que suele pulular u obtenerse en los parques públicos, la que esplende en las paredes de la muchedumbre acostumbrada a la caricia del ojo por destajo. No, Rito ha sabido ejercer el dominio de la técnica sobre una inusual forma de fervor volcada en el marco virgen del lienzo y del pergamino. Sus estudios y composiciones en color: en rojo, en negro, en piel, en experimentos huyen del acrílico para marinarse con la nobleza del óleo y avecindarse con las pieles y las formas humanas (su serie “Portraits”, una suerte de impresiones de apéndices y de orificios humanos en una avanzada de esfínteres que son ejemplo de la hendidura universal común a todos, ilustra hasta qué punto una parte sustancial de nuestra naturaleza puede formar parte de la composición de una obra) y las pieles marinas (donde interviene su obra en formatos a los que añade pieles de pescado: perca, bagre, truchas atigradas). Ahora que escribo estas líneas pienso asimismo en las películas, en las hojas de oro y en las páginas de la Biblia, en los folios que incursionan como composiciones de su obra cual voz tribal que la escritura consigna. Guillermo Rito ha logrado dejar asentados en sus lienzos y pergaminos fragmentos del Antiguo Testamento (“En el nombre del padre” es el título de su irónica serie de apariciones donde ni siquiera parece librarse el Pentateuco): de las versiones hispanizantes de Cipriano de Valera y Casiodoro de Reina a la traducción de la Watchtower Bible and Tract Society of New York, las páginas del deshojado mundo que pontificaba con sus profetas Rito las hace que retornen a su origen como una máscara sobre el lienzo, de las paradójicas coloraciones cálidas que inventa como quien va mirando los caminos, como un golpe de ojo que en el rabillo de la mirada guarda su arsenal inundado de cromatismos de la infancia y de la categoría de las envolturas metalizadas que sólo tuvieron su metafísica a los ojos de un Pessoa al cruzar la calle y mirar el destello. Rito, me atrevo a conjeturar, ha reescrito con sus visitaciones a la isla de Halldór Laxness, y a la más cosmopolita de las ciudades norteamericanas, la aparición de una nueva Iglesia en sus lienzos, a la manera en que, de modo únicamente afortunado para quien ejerce el magisterio de la otra homilía en la otra montaña, el fenómeno religioso inundó en esa novela del islandés el Paraíso recuperado, como el personaje que encuentra, en una comunidad ofendida y contradicha por los sermones, la dignidad que su carácter de hijo desterrado le ha negado en su tierra para volver en busca de prosélitos.~


2 comentarios:

Anónimo dijo...

ojala pudieras escribir un poco más de este artista, en verdad me encantan sus obras.

Saludos!! excelente redacción.

LMA dijo...

Gracias señor anónimo, por lo de "excelente redacción". Menos mal.