sábado, enero 16, 2016

Museos de la Ciudad de México: números y razones

Por Luis Manuel Amador



En 2015 visité algunas exposiciones. Por ejemplo “Santos vivientes”, de Michael Landy, en el Antiguo Colegio de San Ildefonso. Con crítica ironía, el artista londinense presentaba esculturas móviles de santos martirizados, e invitaba a tocar o manipular las obras, compuestas por dispositivos mecánicos diversos: poleas, palancas, cadenas, cuerdas. Un enorme Francisco de Asís con un hoyo en lugar de cabeza del cual podía extraerse, con buena suerte, algún premio. Así logré obtener, con el brazo mecánico, una playera que rezaba “Pobreza, castidad, obediencia”. “Por favor, sigan avanzando”, dijo el custodio de la sala. Y obedecí.
            En muchos museos de México (y de otros países), no sólo tocar está prohibido, incluso lo está tomar fotografías, aunque se hagan sin flash. O no del todo prohibido, al menos en México sino, como me dijo un guardia en otro museo, “para tomar fotos hay que pagar primero”. “¿Y eso por qué?”, preguntó alguien más. “Por derechos de autor”, respondió el uniformado.
            Lo cierto es que de casi cualquier artista u obra, internet es fuente de imágenes de calidad reproducible, y que el promedio de personas que se toman fotos en una sala de exposiciones no lo hacen (ni podrían obtener una buena imagen para ello) para lucrar sino para compartir o presumir que estuvieron ahí, como ocurrió con el público que abarrotó la muestra de Yayoi Kusama en el Museo Tamayo, a la que, por cierto, nunca pude entrar porque cada que llegaba a formarme, cien mil personas delante de mí ya habían llegado a formarse desde un día antes.
            Ignoro si la Obsesión infinita de la japonesa o la exposición Miguel Angel Buonarroti. Un artista entre dos mundos, del Museo del Palacio de Bellas Artes, habrían tenido el mismo éxito si se hubieran verificado en 2016, con los nuevos precios de entrada a los museos, aunque tal vez tampoco es para tanto porque yo suelo visitar los museos los domingos, cuando la entrada, al menos en los que dependen del INBA, es gratis.
            Después de todo, según la Ley Federal de Derechos [bit.ly/1OlHtqE] aprobada por la Cámara de Diputados, aumentó el costo (desde una quinta parte hasta el triple respecto al 2015) únicamente en doce museos, que fueron clasificados en tres tipos:

Recintos tipo 1 (Museos Históricos): 60 pesos
Museo del Palacio de Bellas Artes
Museo Nacional de Arte
Museo de Arte Moderno
Museo Tamayo Arte Contemporáneo Internacional “Rufino Tamayo”

Recintos tipo 2 (Museos Emblemáticos): 45 pesos
Museo Carrillo Gil
Museo Nacional de San Carlos
Museo Nacional de la Estampa
Museo Nacional de Arquitectura

Recintos tipo 3 (Centros Expositivos): 30 pesos
Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo
Sala de Arte Público Siqueiros/La Tallera
Laboratorio de Arte Alameda
Museo Mural Diego Rivera

Ya expuse arriba por qué no me incomoda por sí sola la subida de los precios a esos recintos, aunque me desconcierta que en la dichosa ley no se diga nada sobre los museos del INAH, como el Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec o el Museo Nacional de Antropología (tan emblemáticos, históricos y expositivos), no para que suban también sus precios sino porque, si dichas cuotas fueron modificadas para mejorar los servicios, el mantenimiento, la calidad, etcétera (como sucedió con el metro, supongo), ¿debemos dar por sentado que la mejora de estos será nula? ¿O acaso se prepara otra ley en las curules?
            Algo que me resulta curioso es la nueva nomenclatura, que parece sugerir que el Museo del Palacio de Bellas Artes no es “emblemático”, que el Museo Carrillo Gil no es “expositivo” o que el Museo Nacional de San Carlos no es “histórico”. ¿No bastaba con que los agruparan en tipos A, B y C, como estaba antes?
            He escuchado decir que las personas “más afectadas” con estos ajustes son las que componen la “clase media baja”. Como la mía. Aunque juro que he visto filas interminables de quienes podrían ser mis vecinos formándose para entrar al Museo Ripley sin el menor empacho en pagar los 90 pesos de la entrada o los 75 pesos (con descuento).
            Georgina Cebey dice que “de nada sirve saber la cifra exacta de museos existentes en el país si se desconoce cuál es la función de cada uno de ellos, si no sabemos si son necesarios o si sus objetivos siguen vigentes y atienden las necesidades de los visitantes”. Independientemente de la reputación curatorial de la que gozan, en el Museo de Ripley y el Museo de Cera, por ejemplo, las fotografías no están prohibidas sino que parecen promoverse.
Por eso prefiero visitar museos los domingos y tomar fotos sólo si está permitido. Después de todo, en un museo la experiencia se agudiza en los sentidos, para que no se repita la desconcertante historia: una persona a quien le dijeron que estaba prohibido tomar fotos, se coloca frente a un cuadro en un museo y se pone a dibujar en su cuaderno. El custodio de la sala se le acerca y le dice que tampoco tiene permitido hacerlo. “Pero, ¿por qué?”, responde fastidiado y atónito el visitante. Y el custodio responde: “Para no lucrar”.~



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